19.7.10

Ya me acabé el daiquirí / Historia 2

Todo se acaba en esta vida. Aquí les dejo la segunda historia, hija de los últimos cinco minutos de clase.
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No tenía ganas de estar ahí. De hecho, lo que quería hacer era cerrar los ojos y dormir. Le costaba mucho poner atención mientras su esposo discutía de no sé qué enmienda a la Ley General de Recursos con el anfitrión de la casa. M. se acabó el trago con la esperanza de que el vodka frío le espabilara.



Echó un vistazo alrededor como si buscara ayuda, pero no había muchas opciones: el grupito cerca de la barra presumía a gritos su última parranda. Ya se sabía esa historia, “siempre la cuentan, todas y cada una de las veces que alguien nuevo presta orejas” se dijo para sí, con un mohín de fastidio. Su esposo le miró extrañado y le levantó rápidamente una ceja, que equivalía a un reproche. Traducido al idioma de pareja equivalía a un “ni se te ocurra bostezar, compórtate”. Así que M. reprimió los gestos y discretamente siguió con el análisis visual de la reunión. Además, de los de la barra estaban aquellos de la terraza, pero acercarse ahí era un peligro, pues estar cerca de Adrián equivalía a sentir las cosquillas que alguien casado no debe sentir más que por su conyugé.


La plática sobre la mentada ley parecía no tener fin. – Tengo que estirar las piernas, pensó M. y acto seguido, se levantó y disculpándose, se dirigió al baño de la casa. Apenas si había caminado hacia allí cuando se topó con Adrián, que perseguía su mismo fin.


Dos personas más nerviosas no había en ese lugar, si bien trataron de disimularlo. Al fin, llegaron ante la puerta del toilett: -pasa primero, dijo Adrián. –no, adelante, contestó M. –tú eres menor, insistió Adrián. –yo tengo más canas que tú, dijo M.


Las manos de los dos se rozaron al manipular la perilla. Más risitas nerviosas. Las miradas se cortaron cuando llegó un tercero a preguntar: -bueno y qué, pibes ¿van a pasar o no? Porque si no, yo llevo prisa. Y sin más, se metió, dejándolos a los dos tímidos y confusos, y así se hubieran quedado de no ser porque llegó un cuarto a decir : -“Miguel, qué te anda buscando tu esposo allá”, ¿qué gran fiesta, no Adrián?” A Miguel no le quedó más remedio que regresar al saloncito, todavía con ganas de ir al baño… y con cosquillas.