Pasé por aquí por la sencilla razón de que me estoy volviendo adicta al daiquirí de fresas. Es el segundo o tercero de la semana, no sé bien. Creo que todo se ha conjugado para favorcer mi incipiente alcoholismo, entre las visitas al súper, el insomnio y el calor, todo se mezcla satisfactoriamente.
Y ya que estoy aquí, dejaré una breve historia. No tienen mucha mano, pues fue creada en breves minutos y quise respetar esa presurosa esencia.
Capítulo 6*
Me levanté de la cama ansiosa. Estaba segura que esta vez funcionaría, al fin y al cabo, el que busca al diablo termina encontrándolo, ¿no? Eso siempre dicen, así que vamos a ver de qué color tiene la cola. Todo es cuestión de encontrar a la persona adecuada para que me de el pasaporte correcto.
Por más que trato de concentrarme en sentir el agua caliente de la regadera, me es imposible sentir, de verdad sentir, las gotas. Nunca logro estar en el presente y menos cuando traigo algo entre manos. ¿ya me puse champú? En fin, vamos a ver, repasemos el plan. Primero, hay que llegar hasta ese lugar.
-Rrrriiiing.
El teléfono no para de sonar, pero no voy a atenderlo esta vez. El trabajo se puede ir al carajo, después de todo, no voy a necesitarlo más. El café ya está listo.
Jeans desgastados, mis tenis preferidos, una blusa bastante usada. No debo llamar la atención más de lo debido. Llevo el dinero necesario y una identificación para apresurar las cosas después de. Aquí vamos, pues.
-Rrrriing.
Carajo, que no voy a contestar. Después de todo, ¿qué le diría al estúpido jefe? Voy a la “close the window”. Jajajajajajaja, la señora del carro de al lado no deja de mirarme, pero es que todavía me muero de la risa con eso, “saludos a la close the window”. Y para allá voy, bueno, siempre que el imbécil de adelante entienda que el verde es para siga. –Múevete, animal. Tengo que buscar donde me voy a estacionar, tiene que ser lejos, debo llegar a pie.
Heme aquí. La zona es tal como la esperaba, un rincón tan alejado de la del Valle y del Palacio de Gobierno: unos junkies por aquí, otros por allá. Calles trazadas únicamente por el paso de la gente que ha construido túneles para facilitar el trasiego de todo. En esta ratonera hay basura, llantas viejas, partes de carros, casquillos, borrachos perdidos, tejabanes –con su respectiva antena parabólica-, charcos, dengue, claro, chiquillos que deberían de estar en la escuela y mujeres que deberían de estar en cualquier otro lado menos peleándose el territorio a base de mostrar más carne. Allá van las patrullas –es muy temprano para recoger su cuota- y aquí vienen estos dos pandilleritos. No tendrán más de 20 años, uno muy alto y otro no tanto, flacos como churros escasos. Los ojos vidriosos y el bigote ralo. Seguro los manda aquél que parece tener guardaespaldas, en la casucha de allá arriba. Habrá que autorregularse:
-buenas… y ¿qué o qué?
-buenas, pus nada, aquí. Buscando gente pa´un jale. – creo que me tiembla un poco la voz.
-ah, pus ¿de qué o qué? Y de ¿cuánto?, dice el más alto. El otro nada más hace muecas.
-Pus da lo mismo cuánto, es todo lo que traigo. El jale es fácil.
-por eso, doña, pero ¿qué o qué?, insiste el más alto. El otro, impaciente, sigue con sus gestos.
-pus mira, ¿traes fusca?
-¿pa’ qué?, escupe ahora sí el menos alto.
-pa´quebrarme, les digo. Los dos se miran, sin comprender mis palabras. No entienden.
-si, pues. Vengo a que me den un tiro. Justo aquí, le digo al alto mientras tomo su mano grande, sucia y callosa y la llevo en medio de mi frente. Igual fueron mis nervios pero sentí que el mochuelo se estremecía. Ya debía varias, traía al menos cuatro lágrimitas acompañando el tatuaje del hombro, entonces no comprendo por qué lo incomodaba la idea de matarme a quemarropa. Rápidamente quitó la mano y ceñudo, me dijo: -¿cuánto traes?-
-todo lo que conseguí. Como quiera, yo sé que me lo puedes quitar así nomás, pero pus, yo vine porque se que aquí no se rajan, dije tratando de parecer desafiante. Se hizo un brevísimo silencio, interrumpido por una pelea de perros callejeros.
-pérate, masculló al fin el menos alto- ahí venimos.
Y mi plan perfecto, se fue caminando hasta el cuartel general de Don Chingón. Debo causarles extrañeza porque veo venir a cuatro más. Ya frente a mí, me hacen una escueta invitación / amenaza imposible de rechazar: -venga
Allá voy, rodeada por seis churros a medio hacer, flacos e incómodos. Las mujeres de la calle gritan –y esa qué?- mientras subo los primeros escalones de tubos. No voy mucho más arriba, me sale un señor güero al paso. Bigotón, con gorra y lentes. Se me queda viendo detenidamente.
-no trae nada? Pregunta
-pus no, jefe, no está viendo que está orate
Intento decir algo pero el jefe se lleva el dedo a la boca indicando que me calle.
-aquí nomás hablo yo, mija.
-así que quieres que te tronemos? Y todos se ríen.
De nuevo, quiero hablar pero me interrumpe:
-no sé quién te mandó, si eres chivata, o te están watcheando o de plano estás pendeja, pero mira, desde que caminastes hacia aquí te seguimos los pasos. De haber querido, ya te hubiéramos asaltado, violado, secuestrado, matado o todo lo anterior. Si tas aquí es porque yo no soy pendejo y lo que vamos a hacer es simple: me vas a dar el dinero –es eso, o te lo quitamos a chingazos- y te vas a ir por donde viniste. Y le vas a decir al pendejo que te mandó –de nuevo quise hablar y de nuevo me calló- que si no te envío dentro de una caja en pedacitos es porque hoy es día de San Judas Tadeo y a San Juditas, y besó un tatuaje que traía en el bíceps, y a la Santa yo no los molesto en su día, más que sea por urgencia y tú no eres una urgencia. Tú eres una pendeja que cree que viene a verme la cara y a tenderme un cuatro.
-Quise hablar pero me gritó ya medio desesperado: que te calles mija. A ver, dale la lana al Marquitos aquí, y Marquitos -que resultó ser el menos alto- me tendió la mano, con una cara seria mientras todos se reían, “dáselo, mija o te lo vamos a quitar a chingazos. No nos entretenemos contigo porque hay que ir a ver a Tadeo y luego hay jale, pero si no, mira – e hizo una seña obscenísima… andale, Marquitos, -y Marquitos me extendió la mano mientras se llevó la otra al bolsillo. Resignada, le di el dinero que traía.
-Y ahora, dijo complacido, -acompañen a esta pendeja a la callecita de donde vino y no se tarden. Hay que pasar a cobrar antes.
Pensé en insultar, golpear, provocar en fin, su coraje y obtener así la tan ansiada muerte. Pero ya me lo había advertido: hoy era día de San Judas y hoy no me iban a matar. Quizá mañana.
Carajo, y yo que no quería llegar a los treinta. Todo por no querer hacerlo yo…
-Lárguese doña, y no vuelva. No siempre andamos de buen humor, me gritó el menos alto –Marquitos- cuando me alejaba.
Maldita sea con mi plan perfecto. Pues que no siempre dicen que el que busca al diablo termina encontrándolo? Yo vine a buscarlo y encontré a San Judas. No sólo sigo viva, sino que además, seguramente desempleada carajo. Todo por no hacerlo yo.
*Esta historia tiene tantos capítulos como autores: cada participante del taller debía tomar un día de la vida de una mujer llamada Lilith y narrarlo. Nuestro hilo conductor: suicidio fallido. En el décimo y último capítulo, a sus ochenta años, la mujer se da cuenta que quiere seguir viva... poco después de saber que le quedan pocos días de vida.
La historia me encantò y màs que fue en instantes como se te ocurriò. Tus palabras pusieron imàgenes en mi cabeza
ResponderEliminarYa hace días que lo leí pero quería darme tiempo para armar un buen comentario y ponértelo aquí. Sin embargo sigo atorado en la primera impresión que me dejó tu cuento: ¡WOW!, y... no he podido salir de allí.
ResponderEliminarLa verdad no me sorprende que tengas ese talento para escribir cuentos, el hecho es que no lo conocía.
No quisiera entrar por el momento en los detalles que me parecen sobresalientes de la historia y la manera de narrarla, pero de lo que estoy seguro es de que deberías de darnos más seguido el placer de disfrutarlas. Mi admiración total...